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Una selección de poemas Zen
Traducción:
José Silvestre Montesinos
Aquí están
algunos de mis poemas favoritos de tres de los mayores monjes-poetas
japoneses
de la tradición Zen: Ikkyu (1394-1481), Basho (1644-1694), y Ryokan
(1758-1831).
Ikkyu
Odio el
incienso
La obra de un
maestro no puede ser medida
Sin embargo, los
sacerdotes mueven sus lenguas tratando de explicar el "Camino" y
parloteando sobre el "Zen".
A este viejo
monje nunca le ha interesado la falsa piedad
Y mi nariz se
arruga ante el sombrío aroma del incienso frente a Buda.
Un pescador
El estudio de los
textos y la rígida meditación puede hacer que pierdas tu Mente Original.
Una melodía
solitaria de un pescador puede ser, sin embargo, un tesoro valioso.
La lluvia
crepuscular sobre el río, con la luna entrando y saliendo furtivamente
entre
las nubes;
Con una elegancia
más allá de las palabras, él canta sus sones noche tras noche.
Mi casucha
El mundo frente a
mis ojos está pálido y gastado, como yo mismo.
La tierra está
decrépita, el cielo nublado, y la hierba marchita.
No hay siquiera
una brisa de primavera en esta fecha tan tardía,
Tan solo nubes de invierno envolviendo mi minúscula cabaña de juncos.
Una comida de
pulpo fresco
Un montón de
brazos, igual que la Diosa Kannon;
Sacrificados para
mí, aderezados con limón, ¡cuánto los venero!
El sabor del mar,
¡simplemente divino!
Lo siento, Buda,
éste es otro precepto que no soy capaz de guardar.
Exhausto de
alegres placeres, abrazo a mi esposa.
El angosto
sendero del ascetismo no es para mí:
Mi mente corre en
la dirección opuesta.
Es fácil
parlotear sobre el Zen, yo prefiero mantener la boca cerrada
Y confiarme al
juego del amor durante todo el día.
Es grato entrever
a una mujer bañándose
Ver cómo frota su
cara de flor y limpia su hermoso cuerpo
Mientras este
viejo monje sentado sobre el agua caliente,
¡Se siente más
afortunado que el mismísimo emperador de la China!
A Lady Mori con
profunda gratitud
El árbol estaba
sin hojas pero tu trajiste una nueva primavera.
Largos brotes
verdes, flores frescas, nuevas promesas.
Mori, si alguna
vez olvido mi profunda gratitud hacia ti,
Arderé en el
infierno para siempre.
(Mori era una cantante ciega, y la joven amante de Ikkyu)
Fuente (en inglés): Wild
Ways: Zen Poems of Ikkyu,
translated by John Stevens. Published by Shambala in Boston, 1995.
Basho
Pastos de verano:
eso es todo lo
que queda
de los sueños
imperiales de los grandes soldados
Devorado vivo por
los piojos y las
pulgas, ahora el caballo
junto a mi
almohada orina
A un lado del
camino
florecen rosas
silvestres
en la boca de mi
caballo
Incluso ese viejo
caballo
es algo digno de
contemplar
en esta mañana
cubierta de nieve
Sobre la blanca
amapola,
una ala rota de
mariposa
es un recuerdo
La abeja que
emerge
del corazón de la
peonía
se aleja a
regañadientes
Cruzando los
campos inmensos,
congelada en su
silla de montar,
mi sombra se
arrastra
El grito de un
faisán de la montaña
me llena del
afectuoso anhelo
de un padre y una
madre
Delgada, tan
delgada
su tallo se
inclina bajo el rocío,
pequeña flor
amarilla
La primera nieve
del Año Nuevo, ah,
es suficiente
para inclinar
el narciso
Con esta cálida
lluvia de primavera,
diminutas hojas
están brotando
de las semillas
de berenjena
¡Oh pájaros
cantores!
Habéis ensuciado
con vuestras heces
mi pastel de
arroz en el porche
Para todos
aquéllos que proclaman
haberse hartado
de los niños
no habrá flores
No hay nada en el
canto
de las cigarras
que indique
que están a punto
de morir
Fuente (en inglés): The Essential Basho, Translated by Sam Hamill. Published by
Shambala in Boston, 1999.
Ryokan
Cuando era un
muchacho,
deambulaba por la
ciudad con un brillo alegre,
luciendo una
vistosa capa,
y montado en un
espléndido corcel castaño.
Durante el día,
galopaba hacia la ciudad;
por la noche, me
emborrachaba sobre los melocotoneros en flor junto al río.
Nunca me
preocupaba la vuelta a casa,
por lo general
terminaba, con una gran sonrisa en el rostro, ¡en una casa de placer!
El regreso a mi
pueblo natal después de muchos años de ausencia:
enfermo, me
hospedo en una posada y escucho la lluvia caer.
Una muda, un
cuenco es todo lo que poseo.
Enciendo el
incienso y me siento a meditar;
durante la noche
una constante llovizna tras la oscura ventana.
En el interior,
recuerdos intensos de estos largos años de peregrinaje.
A mi maestro
Una vieja tumba
oculta a los pies de una colina desierta,
cubierta de una
espesa mata de malas hierbas que crecen libremente año tras año;
no queda nadie
para ocuparse de ella,
y solo algún
leñador pasa de vez en cuando por su lado.
En el pasado yo
fui su alumno, un joven de pelo largo,
que aprendió
profundamente de él junto al Río Estrecho.
Una mañana
comencé mi solitaria travesía
y los años
pasaron en silencio entre nosotros.
Ahora he vuelto
para encontrarle descansando aquí;
¿cómo puedo
honrar su difunto espíritu?
Derramo un cazo
de agua pura sobre su lápida
y ofrezco una
oración silenciosa.
El sol desaparece
de pronto tras la colina
y me envuelve el
rugido del viento en los pinos.
Intento
escaparme, pero no puedo;
un torrente de
lágrimas empapa mis mangas.
En mi juventud
abandoné los estudios
y ambicioné ser
un santo.
Viviendo de forma
austera como un monje mendicante,
vagabundeé aquí y
allá durante muchas primaveras.
Por fin regresé a
casa para establecerme bajo una cumbre escarpada.
Ahora vivo en paz
en una cabaña,
escuchando la
música de los pájaros.
Las nubes son mis
mejores vecinos.
Abajo, un
torrente de aguas cristalinas donde refresco el cuerpo y la mente;
Arriba,
imponentes pinos y robles que me proveen de sombra y de leña.
Libre, tan libre,
día tras día.
¡No quiero partir
nunca de aquí!
Sí, es verdad,
soy un zopenco
viviendo entre
árboles y plantas.
Por favor, no me
preguntéis sobre ilusiones e iluminación.
Este viejo sólo
busca sonreírse a sí mismo.
Cruzando los
torrentes con mis piernas descarnadas,
y portando
mi zurrón en el buen tiempo de la
primavera.
Ésa es mi vida,
y el mundo no me
debe nada.
Cuando todos los
pensamientos
se han agotado
me deslizo en el
bosque
y reúno
un montón de
bolsas de los pastores.
Como el pequeño
arroyo
que labra su
camino
a través de las
grietas cubiertas de musgo
yo, también, en
silencio
me vuelvo claro y
transparente.
Con el crepúsculo
a menudo subo
hasta el pico de
Kugami.
Los ciervos más
abajo,
con sus voces
absorbidas por
montones de hojas de arce
que yacen tranquilas
a los pies de la montaña.
Mezclada con el viento,
cae la nieve;
mezclado con la nieve,
el viento sopla.
En el hogar
estiro las piernas,
perdiendo el tiempo
confinado en esta cabaña.
Contando los días,
descubro que febrero, también,
llegó y partió
como un sueño.
No ha habido suerte hoy en mi ronda de limosnas;
de un pueblo a otro me he ido arrastrando.
A la puesta de sol me he encontrado a millas de montañas de mi cabaña.
El viento desgarra mi frágil cuerpo,
y mi pequeño cuenco parece abandonado.
Sí, éste es el camino que he elegido y que me conduce
a través de la decepción y el dolor, el frío y el hambre.
Mi viejo cuenco de madera
Este tesoro fue descubierto en un bosque de bambúes.
Lavé el cuenco en un torrente y lo arreglé.
Tras la meditación de la mañana, tomo mis gachas en él;
por la noche, me ofrece sopa o arroz.
Gastado, deteriorado, deformado y doblado
¡Pero todavía de noble origen!
Pleno verano.
Paseo con mi bastón.
Los viejos granjeros me encuentran
y me invitan a beber.
Nos sentamos en los campos
usando hojas como platos.
Agradablemente bebido y feliz
me dejo llevar tranquilamente
repantigado sobre un montón de arroz.
¿Cómo sería posible dormir
en esta noche de luna llena?
Venid, amigos míos,
cantemos y bailemos
durante toda la noche.
Tumbado en el suelo,
un poco bebido,
bajo el vasto cielo:
espléndidos sueños
bajo los cerezos en flor.
Rosas salvajes,
tomadas de campos
llenos de ranas croando:
mójalas en tu vino
¡y disfruta cada minuto!
A los niños muertos en una
epidemia de
viruela
Cuando llegue la primavera
de las ramas de cada árbol
nacerán nuevas flores,
pero aquellos niños
que cayeron con las últimas hojas del otoño
nunca volverán.
Veo a las gentes en el mundo
desperdiciar sus vidas por la codicia,
sin poder nunca satisfacer sus deseos,
cayendo en una desesperación cada vez más profunda
y torturándose a sí mismos.
Incluso si obtienen lo que desean
¿cuánto tiempo serán capaces de disfrutarlo?
Por un solo momento de placer celestial
sufren diez tormentos infernales,
atándose con más firmeza una losa a sus cuerpos.
Gente así son como monos
tratando de alcanzar frenéticamente la luna en el agua
para acabar precipitándose en un torbellino.
Cómo sufren estos seres atrapados en el fluir del mundo.
A pesar de todo, no puedo evitar inquietarme durante toda la noche
ni dejar de verter mis lágrimas por ellos.
El viento ha amainado, las flores han caído;
los pájaros cantan, las montañas se oscurecen.
Éste es el maravilloso poder del Budismo.
En una ruinosa cabaña de tres habitaciones
me he vuelto viejo y cansado;
Este frío invernal es el
peor que he soportado nunca.
Sorbo mis pobres gachas, esperando que
pase la gélida noche.
¿Podré aguantar hasta que llegue la primavera?
Incapaz de mendigar un poco de arroz,
¿cómo sobreviviré a los escalofríos?
Ni siquiera la meditación me sirve ya;
no me queda nada más que escribir poemas
en memoria de los amigos fallecidos.
"¿Cuándo, cuándo?" Suspiraba.
La mujer con la que soñaba
ha llegado al fin;
Ahora con ella,
tengo todo lo que necesito.
(Dedicado a la monja Teishin, su joven amante.)
Mi legado.
¿Cuál será?
Flores en primavera,
el cuco en verano,
y los arces color carmesí
del otoño...
Fuente (en inglés): Dewdrops on a Lotus Leaf: Zen Poems of
Ryokan, translated by John
Stevens. Published
by Shambala in Boston, 1996.